EL COMPROMISO DE BARTHA
Nacido hace 45 años, este rumano de origen húngaro, László Bartha, pertenece por derecho propio a la nómina de artista leoneses contemporáneos. Plenamente integrado en los circuitos del arte local, su carácter abierto y su espíritu esforzado hacen de él un profesional resuelto, de efectiva y probada honestidad, lo que le ha granjeado la simpatía, el afecto y el aprecio de artistas, intelectuales y de cuantos leoneses de a pie le conocen, que no son pocos. Y es que, tras casi tres lustros de permanencia en tierras leonesas, Bartha sabe de la sociología, de la cultura y de las tradiciones leonesas tanto como el que más. O sea, que ha aprovechado cada minuto de su estancia entre nosotros.
Hombre perspicaz, desprendido y con un marcado sentido de la responsabilidad, Bartha se mueve en una triple vertiente dentro del mundo del arte: como decorador, como enseñarte y como pintor. Habría querido dedicarse de lleno a la pintura, pero la exigencia primera de su circunstancia personal le reclamaba, junto a Doina, su esposa, asegurar la estabilidad y el desarrollo de sus hijos, Andrea y Raúl. Guiado por ese objetivo, no dudó en adentrarse, por un lado, en los campos de la decoración, como testimonian los muchos establecimientos hosteleros de nuestra provincia en cuya ejecución ha aportado trabajo y talento, y, por otro, en el mundo de la restauración, interviniendo con pericia en la consolidación y recuperación de artesonados y paramentos de algunos edificios emblemáticos de la ciudad, como la Fundación ‘Vela Zanetti’ o el Palacio Episcopal.
En lo que a la enseñanza se refiere, Bartha dirige desde hace tres años el Centro Leonés de Arte, ubicado en la calle San Lorenzo, escuela de pintura que iniciara el maestro Miguel Ángel Febrero y a la que asisten niños, jóvenes y adultos que comparten una misma afición por los colores, el lienzo y la paleta.
Y en lo tocante a su hacer pictórico, nada más elocuente que las imágenes que siguen. En efecto, en el catálogo que Bartha pone hoy en circulación, recoge una muestra de su producción artística entre los años 2000-05. Salta a la vista, en primera instancia, que pudiendo sumarse a corrientes más o menos amables, ha preferido mantener una línea propia, muy personal, que podríamos emparentar con la pintura y las manifestaciones suntuarias del mundo clásico, a partir de los estucos y otros materiales.
Ahí están sus representaciones simbólicas de seres marinos, o las concatenaciones rítmicas de elementos armónicos, pobladas de un cromatismo de brillos medidos, cálido y sin saturaciones; o la esquematización del tiempo astronómico y la condensación de lo en él acaecido, como una escala histórica en la que los sucesos devienen en nuevas series definidas por leves matices tonales, variaciones, en suma, sobre la vida misma; o las propuestas de viento y de cuerda, en escenarios orquestales sugeridos mediante la concreción colorista de la esencia del propio instrumento, o sus reconocimientos a la Ciencia, a la solidaridad y generosidad humanas, al milagro incrustado en las geometrías arquitectónicas y en las carnales por las raíces cristianas de Occidente…
Bartha nos acerca sutilmente toda una simbología que alienta tras el hecho objetivo de lo representado, y nos invita al análisis y a la reflexión a través tanto del nominalismo de la obra como de la dinámica que imprime en su ejecución plástica. Y si su técnica y sus tonalidades nos inducen a pensar en futuros y ficciones, en una segunda lectura nos descubren un fuerte compromiso y una apuesta por la vida y por cuanto cada día supone de reto. Lo que no deja de ser una buena estrategia para poder encarar el futuro con garantías de éxito y llenar el tiempo que medie entre hoy y el objetivo final. Es la fuente del ímpetu de Bartha para mantener el rumbo elegido. Porque, no lo olvidemos, esta vida es, además de arrebato, vocación. Y Bartha la tiene.
MANUEL LINARES-RIVAS DE EGUÍBAR
León, abril de 2006